Lo conocí mucho antes de entrar al ejército y ya llamaba la atención.
No es que fuera guapo. Ni muy fuerte. Tampoco muy feo. Un tío normal, pero ciertas personalidades hacen que se noten fuera de la persona.
No es que yo sea la Charo esa que sale de madrugada diciendo que te va a desvelar el futuro, ni tampoco leo los posos del café.
Este hombre tenía una cierta forma peculiar de recibir a los nuevos, la cual te contaré otro día… o no; pero fijo que, a día de hoy, alguien denunciaría. Seguro.
Manera de quitarle la gracia a la vida los pieles finas.
En fin, que yo tenía un problema (como muchas veces) y necesitaba ayuda de su unidad.
No era, ni mucho menos, la más lustrosa. Más bien era una de esas unidades que se llaman “cementerio de elefantes”, donde vas cuando se acaba el ardor guerrero.
O no hay un sitio mejor donde meterte.
Pero él siempre estaba ahí, con una permanente sonrisa, y cada día le oías decir, estuviere donde estuviere: “Siempre estoy con los mejores.”
Le miré, y con la confianza de años de conocernos le dije:
—No es por sacarte la ilusión ni llevarte la contraria, pero así a simple vista… no sé, Rick.
—Sí, yo lo sé. Puede que estén viejos, alguno gordo, lesionados… Pero llego todos los días y les digo que son los mejores, que sigan así. Nos tomamos un café, contamos algún chiste y se dejan los problemas atrás.
—¿Y funciona?
—¿A ti te han resuelto el problema de hoy?
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Lo conocí mucho antes de entrar al ejército y ya llamaba la atención.
No es que fuera guapo. Ni muy fuerte. Tampoco muy feo. Un tío normal, pero ciertas personalidades hacen que se noten fuera de la persona.
No es que yo sea la Charo esa que sale de madrugada diciendo que te va a desvelar el futuro, ni tampoco leo los posos del café.
Este hombre tenía una cierta forma peculiar de recibir a los nuevos, la cual te contaré otro día… o no; pero fijo que, a día de hoy, alguien denunciaría. Seguro.
Manera de quitarle la gracia a la vida los pieles finas.
En fin, que yo tenía un problema (como muchas veces) y necesitaba ayuda de su unidad.
No era, ni mucho menos, la más lustrosa. Más bien era una de esas unidades que se llaman “cementerio de elefantes”, donde vas cuando se acaba el ardor guerrero.
O no hay un sitio mejor donde meterte.
Pero él siempre estaba ahí, con una permanente sonrisa, y cada día le oías decir, estuviere donde estuviere: “Siempre estoy con los mejores.”
Le miré, y con la confianza de años de conocernos le dije:
—No es por sacarte la ilusión ni llevarte la contraria, pero así a simple vista… no sé, Rick.
—Sí, yo lo sé. Puede que estén viejos, alguno gordo, lesionados… Pero llego todos los días y les digo que son los mejores, que sigan así. Nos tomamos un café, contamos algún chiste y se dejan los problemas atrás.
—¿Y funciona?
—¿A ti te han resuelto el problema de hoy?
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